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The Who, el clásico que faltaba ver

En un escape relámpago, llegué hasta Buenos Aires para lo que serían unos días a puro rock. Primeramente, intenté ser breve en mi relato, pero la emoción de un fan no puede obviar tantos detalles, así que empiezo con la presentación de The Who, en el Estadio Único de La Plata, el pasado 1 de octubre.

«Aguantáme un cachito» escuché con voz lastimera, mientras alguien se sostenía de mi manga en medio del furioso pogo que se desató en «My Generation». Se trataba de un señor de unos sesenta y tantos años que había venido a ver exclusivamente a los legendarios The Who. No pude decirle que yo también trataba de aguantar un cachito, pero así se había dado esta peculiar situación.


El pogo fue un factor común durante gran parte del show, que se inició con un simpático aviso que rezaba «Guarden la calma. Aquí viene The Who» al son de «I Can’t Explain». Rápidamente fue Pete Townshend quien se ganó el protagonismo, mientras que el micrófono de Roger Daltrey tardaba unos cuantos temas en acomodarse. Fue el guitarrista quien establecía el contacto constante con el público. «La lluvia es buena, viene de Dios» dijo sonriente en medio de una copiosa chaparrada, presente a lo largo de todo el show. El cantante finalmente diría «gracias» unas pocas veces.

Por su parte, las miles de personas respondían con gran energía. «Maestro! Genio!» gritaba mi sexagenario e inesperado compañero mientras Townshend hacía uno de sus tantos solos de guitarra, para sorprender a muchos, que no lo tenían en esa faceta.

Este espectador, de contextura baja y pelo totalmente canoso, aguantó estoicamente en medio de una gran multitud, entre muy jóvenes y muchos muy adultos, que disfrutó la presentación que los ingleses tuvieron en el escenario.
«Mirálos, viejo es el viento y sigue soplando», me dijo. Yo también estaba sorprendido. Es que las dos figuras originales de The Who no sólo se mantienen en forma, sino te patean el culo: brillantes desempeños de ambos, Townshend con su clásico molino al tocar y Daltrey revoleando el micrófono. Esas icónicas imágenes no faltaron. Perdón; no podían faltar.

Y si bien ya no está el poderoso Keith Moon, su reemplazo, Zak Starkey, puede hacerle sentir tranquilo y orgulloso. La forma de castigar la batería del hijo de un tal Ringo Star recuerda tanto al fallecido Keith que hasta el mismo viejito me dice: «es igual!». No estaba nada errado. Cuentan que Zak comenzó a practicar con la batería, no por la influencia de su viejo, sino por inspiración de Keith Moon. Mucha fuerza y hasta los mismos histriónicos gestos.

El grupo es completado con Simon Townshend, hermano de Pete, en guitarra y coros, y Jon Buton reemplaza al también fallecido John Entwistle con gran calidad.

Los mejores momentos acaso se dan con «You better you bet», «Love, Reign O’er Me», y la genial «Pinball Wizard», donde mi improvisado amigo me dice: «Hasta aquí llego, me voy», como diciendo que eso ya no podía mejorar.
Pero faltaron «Baba O’Rilley», con falla de guitarra incluida, y el gran final con «Won’t Get Fool Again», donde Daltrey hace explotar su garganta para causar una especie de histeria colectiva en los presentes. Su forma de cantar es por demás honesta y apasionante. Al igual que la forma de tocar de Townshend.

Es que con más de cinco décadas de trayectoria, varios imprescindibles discos y un merecido lugar entre los nombres más influyentes de la historia del rock, The Who brindó durante poco más de hora y media, los clarísimos motivos del porqué se dan todos esos títulos. Un show único que no sólo lo disfruté yo; así pasó con los miles de jóvenes, adultos y estoy seguro que mi viejito socio también. Simplemente genial.




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