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Fito Páez: todavía hay mucho amor después del amor

Podría afirmar que a todos; bueno… a muchos miembros de mi generación les sucedió lo siguiente: ni bien fue anunciado el show de Fito Páez en el SND para presentar el tour de “El Amor 30 Años después del Amor” esbozaron una sonrisa al pensar que fue precisamente ahí donde el rosarino había venido con ese mismo tour, allá por 1993. ¿Coincidencia? Personalmente soy de los que piensan que nada es causal y estas conexiones están llenas de significados que jamás podríamos desentrañar.

Ese magnífico álbum de catorce canciones lanzado en junio de 1992 iría a convertirse en el disco más vendido en la historia del rock argentino. Del total de temas, nada más y nada menos que diez serían lanzados como sencillos y ese flaco llamado Rodolfo Páez pasaría indefectiblemente a formar parte de la élite de la gran liga de rock argentino.

Mi primer contacto con el músico se había producido cuando vino al ya mítico “Rock Sanber” de 1988. Todavía recuerdo quedar realmente impactado con aquel incendiario show donde se podía notar incluso hasta rabia en aquella presentación del flacucho pelilargo que días antes había sido tildado de “travesti” por el gobierno de entonces. Pero esa es otra historia.

Volviendo al tema, lo de Paez no es una mera coincidencia. Sus discos de la década del 80 presentaban una evolución asombrosa como músico y compositor; desde la particular intimidad de “Del 63” hasta la ira desgarradora de “Ciudad de Pobres Corazones”. Aunque uno podría entender que tras haber tocado con nombres tales como Charly Garcia o Luis Alberto Spinetta, este crecimiento resulta hasta sensato. Así llegó “El Amor después del Amor”.

Entonces, ingresando a ese mismo, aunque remozado, recinto, no me extrañaba en lo más mínimo ir cruzándome con tantas caras conocidas de aquellos días de hace 30 años. La cita resultaba incluso obligada para cada uno de nuestros “adolescente interior”, para el fan acérrimo que llevamos dentro y para nostálgicos en general.

Con el inconfundible loop de batería y los cándidos arreglos de teclado y esa frasesita de que el amor después del amor se parezca a este rayo de sol arrancaba un show que se extendería a lo largo de dos horas. “Qué lindo volver a Asunción” exclama el músico para desatar la histeria colectiva. “Vamos a tener una noche inolvidable,” promete de entrada. La apuesta me parece fácil y segura.

Es que el disco es interpretado a cabalidad, con una banda impecable y ajustada, con Diego Olivero en el bajo, Gastón Baremberg en la batería, Juan Absatz en teclado y coros, Vandera en teclados, guitarras y coros, Juani Agüero en guitarra y Emme en voz y coros (Mariela Vitale, hija de un tal Lito Vitale). Además, a todo esto se sumó una sorpresiva sección de vientos integrada por Alejo Von Der Pahlen (saxo), Manuel Calvo (trombón) y Andrés Ollari (trompeta) que brindó un bienvenido soplo de aire fresco a aquellas conocidísimas canciones, con impecables arreglos y variaciones.

Fito, además de cantar y tocar el piano y la guitarra, hace las veces de director de orquesta, y en muchos pasajes daba la espalda al público para cumplir con este puesto a cabalidad. Esta vez el músico no se mostró demasiado comunicativo con la gente; lógicamente sí habló, pero en otros shows en nuestro país, el rosarino había mantenido un diálogo más constante. Claro que hubo tiempo para alabar la energía y entusiasmo de los asistentes que colmaron el recinto; “están con todo esta noche,” repetiría en varias ocasiones, luego de alguna exitosa participación del público.

Las canciones reciben distintos grados de celebración, pero hay lugar para todo y todos. Personalmente mis favoritas fueron “Pétalo de Sal”, “Sasha, Sisí y el circulo de baba”, “Tráfico por Katmandú”, “Detrás del muro de los lamentos” (brillante) y “Tumbas de la Gloria”, que se lleva el primer lugar de esa primera parte del concierto que perteneció al disco en cuestión. El cantante perdió un poco de potencia en su voz, pero cumple en calidad y emoción.

Me hubiera encantado que “Balada de Donna Helena” haya tenido mejor resultado final, porque la mezcla de sonido en esa canción no terminó de funcionar. O mejor dicho, sí terminó de funcionar cuando el mismo Páez ordenó sus piezas para darle un digno final a la estupenda canción.

Ya en la segunda parte, los temas que complementan el set funcionan de maravilla, recorriendo una buena parte de la discografía del músico, con la ya célebre “11 y 6”, llegado a “Naturaleza Sangre”, y pasando por momentos realmente fenomenales como esa épica introducción la destructiva versión de “Ciudad de Pobres Corazones” y el delirio de “Mariposa Technicolor” hasta el emocionante cierre con “Y dale alegría a mi corazón”.

“Les dije que sería inolvidable,” expresó en la despedida. Y realmente lo fue. No sólo porque luego de tres décadas uno puede notar que un disco como “El Amor Después del Amor” no ha perdido un ápice de calidad, ganado un merecido estatus de atemporalidad e indispensabilidad dentro del amplio catálogo de rock argentino.

“Éramos todos viejos,” me comentaba una amiga entre risotadas al final del show. Sí, tiene razón. Han pasado tres décadas, pero mientras tipos como Fito Paez, con sus 60 años a cuestas, vengan a ofrecer un show así, personas como yo, como vos, que disfrutamos de ir a conciertos, cantar y pasarla bien, esto seguirá por siempre, como una rueda mágica. Y si nos vemos por ahí, ya sabés: este tipo de coincidencias no existe.




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