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Billy Idol, realmente todo un ídolo

Son pocos los artistas que cuentan con una imagen tan característica como el viejo William Michael Albert. Este veterano y rubísimo cantante, a sus 66 años, mantiene esa mueca y ese gruñido tan particulares y distintivos tan atrevidos, como si todavía estuviéramos en el auge de los videoclips y de la MTV (¿se acuerdan? jeje), de tanta popularidad en los 80 y 90.

Luego de un buen inicio de la velada con los Garage 21, a quien por motivos de trabajo no pude ver, pero que recibieron las mejores referencias por parte de confiados amigos, conocedores del tema, no se preocupen, una extensa intro empezó a sonar para que las luces vayan apagándose.

El show se inició poco después de las 21:30 y ya con ese póquer de canciones en el arranque, el vocalista británico-estadounidense se metió al público en el bolsillo. Admito que desde que inició su gira, servido de las bondades de las redes sociales, fui curioseando las condiciones del cantante y desde aquella primera fecha en Phoenix, Arizona, me habían invadido unas terribles dudas sobre la calidad de su espectáculo. Sin embargo, a lo largo de un mes, se nota marcadamente cómo han mejorado sus facultades vocales y cómo goza de un estado físico envidiable – ya quisiera yo lucir así a esa edad.

La banda que lo acompaña suena ajustadísima, con Erik Eldenius en batería y Stephen McGrath en el bajo, creando una sólida base rítmica que fue ganando a algunos problemas de sonido que finalmente no influyeron en la calidad del concierto. A estos se les suma Paul Trudeau, en teclados, ocasional guitarra y coros, de muy buen desempeño también.

Hablemos de los guitarristas: Billy Morrison es una bestia, su toque es preciso y sus coros muy prolijos, y se notaba plenamente como mantenía una conexión permanente con el dueño de la fiesta, intercambiando miradas y sonrisas a lo largo de la casi hora y media de rock, punk y más buena música.

De todas formas, si lo de Billy Idol y sus músicos fue sobresaliente, la labor de Steve Stevens es colosal. Ya tuvimos el placer de haberlo visto y escuchado en los shows de Kings of Chaos y Rock and Roll All Stars, pero lo de esta oportunidad gana por varios cuerpos. No sólo posee una técnica y destrezas envidiables (aún recuerdo la cara de Gilby Clarke durante su solo de guitarra en el  2014) sino que está al servicio de una banda de puro rock, dando el espacio correspondiente a sus compañeros.

Su solo de guitarra fue deslumbrante, con pinceladas flamencas y guiños a “Stairway to Heaven”, muy celebrada por el público, y “Eruption”, acaso como homenaje al fallecido Eddie Van Halen, y ni hablemos de la inclusión del “Top Gun Anthem”, en medio de “Blue Highway”, que habrá puesto los pelos de punta a más de uno – me incluyo.

Pero volvamos a Billy Idol. Después de todo, es su nombre el que está en el cartel. Su setlist fue básicamente una colección de grandes éxitos, hitazos en realidad, más un par de canciones nuevas, la pegadiza “Cage” y la sentida “Running from a Ghost” – personalmente mi favorita de la noche – un par de covers de Generation X y The Heartbreakers; genial la desenvuelta “Born To Lose”, toda una declaración de rock, donde el vocalista, perdido en plena canción, soltó un desfachatado “no sé dónde estamos ahora” ante la risotada de los demás músicos. Así es, me parece, como debe ser un show de este estilo, con sus imperfecciones y todo.

El final, con la imparable “White Wedding”, la activa participación del buen número de personas y las presentaciones de los músicos dejó un muy buen sabor general. “Sólo quiero agradecerles por hacer que mi vida sea grandiosa”, expresó antes de despedirse. “Soy Billy fucking Idol”. Así es y así se hace un show de fucking rock and roll.




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