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Inmejorable arranque de Primavera Day Asunción, con unos apoteósicos The Cure a la cabeza

Cuando Robert Smith quedó cara a cara con un fascinado público, limpiándose unos lagrimones de su maquillado y ya icónico rostro, no pude imaginarme una coronación más privilegiada para esta primera edición del Primavera Sound en nuestro país; un festival con más de veinte años en la industria y que propone reunir artistas de celebrada fama y trayectoria con otros más independientes, abarcando diversos estilos y géneros, aunque esencialmente inclinados al rock y pop.

Con una minuciosa organización, rápidamente me percaté del excelente sonido que gozaron todos los grupos que logré ver, además de un logrado juego de luces en los escenarios “Primavera”, el principal y notoriamente más grande, y “Barcelona”, más íntimo y pequeño.

Si bien pude escuchar la inconfundible voz de Neine Heisecke al frente de Deliverans con “Serpiente Cascabel” y “Alabaré” mientras realizaba el extenso ingreso al recinto, mi aventura realmente comenzó con Eyesight, a quién a partir de ahora dejaré de llamar el “proyecto” de Juan Manuel Ramirez para catalogarlo ya como un grupo de rock. Compactos como siempre, los locales arrancaron con un reducido grupo de gente para culminar con una buena cantidad de personas que hasta pidieron un malogrado bis, luego de poco más de media hora de concierto, donde sonaron “Radiant”, “Daggers into Bells”, “Trampoline” y “Forking Paths” impecablemente ejecutadas.

Seguidamente, Slowdive tomaba el escenario principal para ofrecer todo un viaje sónico sumamente placentero. Liderados por Neil Halstead, en guitarra y voces, y Rachel Goswell, guitarra, voces y teclados, los británicos sin mediar mucho contacto con la audiencia fueron sumamente hipnóticos con su sonido shoegaze y dream pop mediante una marea de guitarras envolventes guiadas por un exacto Simon Scott en batería.

Su puesta en escena es realmente atrapante, como se pudo apreciar en la deliciosa “Sugar for the Pill” que arranca con la imagen de una pastilla en pantallas hasta llegar a una sucesión de psicodélicos cuerpos geométricos realmente aferrantes. Fueron a lo largo de su hora de presentación acaso la inesperada sorpresa del festival.

A El Mató a un Policía Motorizado no los vi demasiado, pero lo poco que pude distinguir es la pulcritud de su indie pop y una estupenda conexión con un público que rápidamente colmó la zona del escenario menor y transformó, junto al quinteto argentino, en una movida y contundente fiesta.

Pasadas las 22:00 de un día que se vio amenazado por la inclemencia del tiempo (no sería un festival de música de G5 sin estos matices, o sí?) llegó el turno de los ya míticos The Cure. Había pasado ya una década de aquel maratónico concierto y la espera tuvo una fabulosa recompensa.

Es que The Cure volvió a desafiar lógicas con otro show de casi tres horas de duración, donde no faltaron los históricos hitazos, alguna que otra rareza y un par de colosales temas inéditos. Sin lugar a dudas, la banda liderada por un impecable Robert Smith fue irrefutable y absoluta protagonista de esta destacadísima jornada musical.

Ya con el detallazo de salir a tocar con una remera que ilustraba un escudo patrio con la frase de “República del Paraguay”, Robert inició su periplo paseando con triunfante timidez a lo largo del escenario mientras que el resto de los suyos descargaban “Alone”, una canción de extensa intro que forma parte del “Song of a Lost World”, y que debería llegar en algún momento del año próximo.

Después de ese momento, los oriundos de Crawley hicieron un recorrido musical a lo largo de todas de todas sus décadas, donde Reeves Gabrels en guitarra, Mike Lord en teclados, Perry Bamonte, teclados y guitarra, Jason Cooper en batería y Simon Gallup en bajo, quien fue además el único de camisilla blanca en medio de tantos atuendos negros, demostraron que la maquinaria de The Cure está tan fina y ajustada como siempre. Y la voz del Robert, a sus 64 años, suena tan característica como contundente; realmente eterna. Además, se lo veía de muy buen humor, demostrado en el bailecito de “Friday I’m in Love”, celebradísimo momento por la multitud.

El setlist tuvo dos estandartes principales: “Desintegration” y “The Head on the Door” que reúnen once de las veintiocho canciones del repertorio. El resto se fracciona equitativamente y los puntos altos llegan con “Fascination Street” – gigantesco el bajo de Simon – “Kyoto Song”, “Charlotte Sometimes”, “Shake Dog Shake”, paseándose por territorios heavy, y la hechizante “Endsong” cuya percusión arremete despiadada a lo largo de diez minutos de intenso postpunk. Pero sin dudas, cada uno tendrá su momento favorito. Y es que hubo para todos.

El cierre con esos seis “hi-ta-zos” solo pudo transportar al público al éctasis completo, con ese barrabravístico cantito de “ole, ole, ole… Robert, Robert” que dio pie a que el cantante, cuya voz aguantó todo lo que había y se mostró incluso sonriente, se una al público mientras su guitarra daba el guiño a “Boys Don’t Cry”, otro detallazo en una jornada repleta de detallitos y detallazos a lo largo de 28 canciones, en un concierto íntegro, cargado de emotividad, alegría, nostalgia y lucidez.

Con los merecidos aplausos, se despidió quedándose solo en el escenario, su escenario. La sonrisa en boca de todos quedó durante bastante tiempo después. Es que fue toda una fiesta, cuyas próximas ediciones invitan realmente a no perdérsela.

 




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